05 abril 2010

La clase política como problema


El pasado viernes 2 de abril, de camino que comprobaba los niveles de mi coche y rellenaba el tanque de gasolina para el viaje de visita a casa de mi padre, aproveché para comprar el diario Público en la estación de servicio. Entre una cosa y otra y con el ajetreo habitual de mis infrecuentes visitas a tierras jerezanas, ni siquiera llegué a abrir el periódico hasta el sábado por la tarde.

Mi sorpresa surge cuando me encuentro con un artículo apologético de nuestra clase política, en concreto de esos 350 representantes del pueblo soberano que deben de ejercer su labor en el Congreso de los Diputados (deber+de+infinitivo refleja duda, lo he escrito a posta así). Dicho artículo viene firmado por Juanma Romero, y con el título “EL FALSO MITO DEL DIPUTADO VAGO” viene a intentar desmontar la cada vez más extendida opinión de que nuestra clase política es en sí misma un problema. El periodista, bajo mi humilde opinión, no pudo errar más el tiro.

No soy de los que opinan que nuestros diputados, por regla general, sean vagos. No estoy al tanto tampoco de si cumplen un mínimo de horas laborables a la semana. Sí que me doy perfecta cuenta de que el trabajo de un parlamentario no se circunscribe exclusivamente a los plenos de su respectiva cámara: sé que detrás hay muchas comisiones, reuniones de grupo, visitas institucionales, etc. Y es que el mayor defecto que le veo al artículo es precisamente a simplificar o reducir el descontento y la preocupación de los españoles a que nuestros diputados se pasen más o menos horas dentro de San Jerónimo. No. Del mismo modo, pretender reducir la problemática a los méritos o deméritos de asistencia (aunque importante) no está ni de lejos en la raíz de esta visión negativa que yo también comparto de nuestra clase política.

No comparto de ninguna manera los argumentos expuestos por parte del portavoz de IU Gaspar Llamazares. No creo que estemos inmersos dentro de una campaña de desprestigio por parte de los poderes fácticos para desprestigiar el poder legislativo. Que esa gran banca, gran empresario, obispo cavernario o periodista somontano se suba al carro e intente pescar en río revuelto es otra historia que se alimenta de la complejidad de esa percepción negativa de nuestros políticos. El mismo hecho, bien recogido en el artículo, de que se hayan ampliado los períodos de sesiones no ha hecho sino alimentar esa visión de la clase política, alimentando aquellos mentideros en los que se arguía que nuestros políticos no hacen nada, como el mismo Llamazares afirmaba.

El artículo sin embargo pasa casi de puntillas por uno de los aspectos,a mi entender, primordiales en esta composición de lugar: la disciplina de partido. Una lástima por partida doble, ya que ni se aborda uno de los mayores lastres de las formas de hacer política de este país y además se contrapone esa disciplina contra el modelo americano de lobbies privados. Creo que la mayoría, como yo, pensará que “ni tanto ni tan calvo”. No concibo España funcionando a golpe de lobby (es más, en mi caso, sería casi como una pesadilla de neoliberalismo y corporativismo privado) ni me gusta la España actual prisionera de la partitocracia: un representante, elegido en una circunscripción particular, debería por encima de todo defender el mandato de la gente que le ha puesto ahí, y no de lo que dicten desde Ferraz, Génova, etc. Uno de los episodios del divorcio con la ciudadanía pasa ineludiblemente por ese aro. Como ejemplo reciente se me ocurre precisamente la liquidación de la Deuda Histórica de Andalucía: la totalidad del PSOE-A se somete al dictado de Madrid con un pago en solares de dicha deuda (ahora justamente con tanto ladrillo y solar vacío que tenemos) en lugar de exigir un pago en fondos como corresponde (y, por favor, quede claro que no comulgo ni de lejos con la campaña oportunista e hipócrita puesta en marcha por los peperos andaluces: los mismos que no quisieron reconocer esa deuda ahora andan rasgándose las vestiduras). La gente, azuzada además por la derechona, ve a través de este tipo de maniobras y se da perfecta cuenta de la tomadura de pelo que hay detrás: los intereses partidistas por encima de los ciudadanos.

Y un sólo apunte más: a revisar los tirones de orejas habidos por “salidas de tiesto” en asuntos como los cementerios nucleares, políticas hidrográficas, etc.

Otro tema reflejado de forma superficial es el referido al status de “privilegio” de nuestros legisladores. Se habla de sueldos dignos, sin lujos, y se recurre al viejo truco de “mal de mucho, consuelo de tontos”: en el Europarlamento cobran 7600 euros brutos al mes, en Francia 5200, y aquí “sólo3126. Hagamos un sencillo ejercicio de aritmética:

3126 x 14 = 43764

Si la memoria no me falla, el salario medio de un español ronda los 21000 brutos anuales (por cierto que carezco en este momento del dato del salario medio de la UE para ponerlo también en perspectiva sobre los salarios de europarlamentarios). Segundo ejercicio simple de aritmética:

43764 / 21000 = 2,08

Es decir, que un “diputado raso” cobra el doble que nuestro españolito medio. Y eso, sin contar las indemnizaciones (mínimo de 870 y máximo de 1823 euros al mes), los complementos (250 euros al mes para taxis) y las dietas (entre 120 y 150 euros al mes) que me da en la nariz que quedan muy por encima de la que cualquier trabajador pueda percibir de su empresa. Y ahora que venga el diputado que le dé la real gana a decirme a la cara que no es un privilegiado cobrando más del doble que la mayoría de nosotros. En este asunto me ha decepcionado especialmente el hecho de que se equipare el incentivo económico con la vocación política. Triste, muy triste, si el servicio a tus congéneres tiene que ir a golpe de nómina y no a golpe de devoción y vocación de servir a tus semejantes. Quizás peque yo de una visión demasiado platónica de lo que debiera ser la política, pero no por ello no deja socavar la imagen de esos profesionales de la política el que requieran de incentivos económicos para ejercerla. Más aún: ¿pagarías a un trabajador que no sólo no rinde sino que encima te causa más problemas?

Si a todo lo expuesto le sumamos el desértico paraje que proporcionan los debates parlamentarios ya tienen el mosaico completo. Por pobreza, hay hasta pobreza de retórica: me comentaba mi padre al leer el artículo que muchos de los que hoy se sientan en el Congreso debieran empaparse del diario de sesiones de la 2ª República y hacerse con algo más de bagaje dialéctico. En cualquier discurso, la gente ve falta de honestidad, mirar hacia otro lado cuando conviene, ausencia de claridad y llamar las cosas por su nombre, demagogia más o menos barata, “ytúmásismo” y, por encima de todo, ni la más repajolera idea de cómo enmendar el fregado en que andamos metidos.Si le añadimos escándalos de corrupción aquí y allá, ayuntamientos inoperantes y el resto de dificultades a las que nos enfrentamos a día de hoy háganse una idea.
 
España ve a sus políticos como parte del problema y no de la solución. Actúen en consecuencia, que para eso les pagamos.